lunes, 22 de diciembre de 2014

Perdida - Ileana Elizabeth Hernández Chávez (Primera parte)

Mirar a las aves volar, cantar e ir de un lado al otro es hermoso, no puedo evitar perderme en el universo de los pájaros, sus alegres colores, sus preciosos cantos que me hacen suspirar y desaparecer de este mundo por un momento. Cierro los ojos e inhalo el aroma de las bellas flores que me rodean, imagino su forma y su color al percibir su aroma, y es un viaje encantador, como un mundo increíblemente extraordinario; mi felicidad. Alzo la mirada a la copa de un árbol, sonrío y camino hacia el columpio que cuelga de una de sus gruesas ramas, y llevo conmigo el libro que desde hace dos semanas encontré y que hoy he decidido leer. Me siento en el columpio y empiezo a balancearme y no puedo evitar que mis labios sientan ese tirón de alegría, y que mis ojos se iluminen por sentir la adrenalina al alcanzar la máxima altura del columpio. Una mariposa aparece frente a mí e intento alcanzarla con la mano.
Despierto por el frío y empiezo a llorar, encogida en un rincón del sucio y húmedo callejón en el que vivo. Lloro tan fuerte como la noche anterior, e intento refugiarme entre un par de botes de basura. Deseo que mi madre y mi padre estuvieran conmigo, y pasar esos días de felicidad que tanto extraño, esos días en el campo, donde todo era verde, y donde yo era feliz. Maldigo el día en que decidieron venir a la ciudad, el día en el que llegamos a este horrible lugar y el día en que murieron. Dijeron que querían una mejor vida para los tres, ¡vaya vida!, estaba mejor antes; ahora estoy sola, sucia, con hambre, sin nadie que me de un abrazo, un beso, su amor, su calor... Todo salió mal.
Intento sobrevivir pidiendo limosna, pero no siempre me alcanza para comprar algo, y en ocasiones no me quieren vender nada por mi aspecto. A veces tengo que ir a buscar sobras de comida e incluso he tenido que buscar en la basura. Ya no quiero seguir así... Quiero correr por el campo, cortar flores, comer los incontables frutos de los cuales podía disfrutar cuando tenía ocho años. Pero es imposible, ya han pasado cinco largos años, estoy muy lejos, y si no tengo dinero para comer, mucho menos para pagar un transporte que me lleve hasta allí, y lo peor de todo es que ni siquiera recuerdo cómo llegar.
Vuelvo a dormir con la esperanza de olvidar todo esto, y recordar algo de esa efímera felicidad. El viento sopla horriblemente, tengo frío y no puedo controlarlo, mi cabello está mojado y mi única y sucia muda de ropa se ha empapado. El olor que el basurero despide ha aumentado y quiero vomitar, pero es el único lugar que puede brindarme seguridad en este solo y triste callejón.
No sé cómo pude conciliar el sueño, pero lo logré, sin embargo, el tiempo se ha pasado tan rápido que parece que ha sido un parpadeo y no una noche de sueño que me ha llevado a una clara y húmeda mañana. Me levanto un poco entumida por la incómoda posición en la que he dormido, pero me apresuro a tomar un poco de sol para que mi ropa se seque un poco. Camino buscando un lugar en dónde conseguir comida, camino y camino con diez monedas que colecté ayer, hasta llegar a una puerta trasera y empiezo a tocar.
Espero alrededor de quince minutos y nadie sale, cuando por fin me doy por vencida doy media vuelta y... pido auxilio...
Me encuentro en los brazos de un desconocido y no puedo soltarme. Tengo miedo, no sé qué hacer, su enorme mano cubre mi pequeña boca y no puedo gritar. Me suben a un auto que de pronto va a toda velocidad. ¡Tengo miedo, estoy desesperada! No puedo mover bien mi cuerpo, no sé dónde estoy, ni si quiera hay alguien que me conozca, no tengo nada, ¿qué es lo que quieren?, no les puedo dar dinero, ni siquiera sé trabajar, no he recibido muchos estudios, ¿por qué estoy aquí?, no lo entiendo. No he comido y me duele el estómago, no tengo energía y me empieza a dar sueño.
De nuevo la felicidad. La luz del sol lastima mis ojos, pero los llena de alegría. El cielo azul, las nubes, los buenos recuerdos, todo es perfecto y se siente muy bien. Quiero llorar, pero no de tristeza, porque puedo ver todo aquello que me hace sonreír, y que llena mi corazón. Mi padre me toma en sus brazos y me da un beso en la frente, mientras mi madre me da un pequeño ramo de flores que ha cortado.
Sigo sin entender qué hago aquí.
No he visto la cara de mi raptor, raptora, o raptores ni una sola vez, ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado, he dormido mucho. La enorme, fría y oscura habitación está vacía, no hay más que una cobija vieja y una vela.
Las paredes son lisas y grises, demasiado tenebrosas como para mantenerme tranquila, incluso hay una gotera ruidosa que empeora el ambiente de la habitación. Estoy sentada en un rincón, escondida entre la cobija que me hace compañía. Necesito luz, aquí no hay ni una ventana, apenas hay una pequeña puerta casi invisible que nunca he visto abierta, pero por donde fui introducida a esta cárcel; estaba mejor antes, mendigando dinero y comida, durmiendo en la calle, pero con libertad.
Obviamente no he hablado con nadie, la soledad que aquí se siente es diferente, es aún más dolorosa, este es uno de los momentos en los que deseo estar con mis papás, o al menos, tener a alguien que me buscara.
No tengo nada que hacer más que dormir. Esta vez al despertar me encuentro con los ojos vendados. Parece que hay una persona conmigo, y no lo confirmo hasta que escucho un paso y una voz que me dice que me levante. No obedezco, pero de todas formas unas cálidas y regordetas manos me obligan a levantarme, mis piernas flaquean. "Vamos cariño, estarás bien", me dice la mujer mientras me hace avanzar. Puedo ver un exagerado cambio de iluminación a través de la venda, se oye a un pequeño niño llorar a lo lejos, y mis pies descalzos caminan sobre un frío piso de cemento a la vez que suena el eco de unos tacones. Abro la boca con la intención de preguntar algo, pero antes de producir sonido alguno la mujer me murmura que hablaremos más tarde. Alguien más está aquí, da un paso brusco y suenan unas llaves. Me doy cuenta de que es un hombre cuando le pregunta a la mujer que a dónde vamos, ella le responde muy calmadamente que son órdenes del "jefe". Sin preguntar más, el hombre abre una reja de metal que hace un estrepitoso sonido, la mujer me jala del brazo para que siga caminando y yo cedo. Nadie vuelve a hablar,
el eco que producen los tacones es lo único que rompe el silencio. Es extraño que me sienta tranquila en este momento, he sido secuestrada y maltratada, y no puedo esperar que algo bueno pase ahora, pero esas manos cálidas me han hecho sentir confiada, y esa voz tan dulce me hico sentir incluso querida.
Vamos en línea recta, en donde caminamos hay más luz que en donde estaba encerrada, y menos que en donde estaba el hombre, en el piso hay unos pequeños charcos de agua causados por las goteras del techo, algunos los he pisado yo, otros los pisó la mujer y me salpicó, unas cuantas gotas me caen desde arriba.
Nos detenemos. "Espera un momento", me dice mientras -yo supongo- abre una puerta. "Vamos cariñito, entra, espera un poco más y prendo las luces", el apagador suena y las luces se prenden, "quítate la ropa, por favor" me dice como si no tuviera nada de extraño, obviamente no obedezco, no me voy a desnudar en frente de una desconocida, para qué quiere que lo haga. "Necesitas quitarte la ropa para tomar un baño", responde a una pregunta que no pronuncié como si hubiera leído mi mente, hace mucho que no hablo y siento extraña mi garganta, como si tuviera un nudo en ella. "¿Podría dejarme sola un momento, por favor?" le dije en voz un poco baja, y ella sólo me advierte que no intente escapar, que, además de que es muy difícil si me descubren me irá mal.
Empiezo a quitarme la ropa con mucha pena, un escalofrío recorre mi espalda a la vez que el rubor enciende mis mejillas, siento como si alguien me viera, pero estoy segura -o casi segura- de que nadie lo está haciendo. Detrás de donde me he desnudado hay una tina con agua, está un poco caliente, lo puedo notar por el vapor que surge de ella. Me acerco lentamente, y la observo con detenimiento, mi rostro se refleja en la superficie. Está sucio. Tengo ojeras y mis labios están partidos, mi cabello luce horrible, los huesos de mis hombros son visibles. Despierto de la deprimente situación a la que me he enfrentado y meto poco a poco un pie, luego otro. Hace mucho tiempo que mi cuerpo no tocaba agua tan confortante, la última vez que recuerdo haber sentido algo así fue en mi antigua casa del campo, cuando mi mamá ponía a calentar agua para mí cada mañana.