lunes, 29 de septiembre de 2014

lunes, 22 de septiembre de 2014

Morir de amor- Ileana Elizabeth Hernández Chávez

Hubo una vez una mujer que amaba a un hombre tanto que daría su vida por él. Se conocieron en una noche de tristeza, cuando Catalina salió a llorar la muerte de su padre, y Fernando la de su hermano; ambos murieron en batalla. Su encuentro sucedió enfrente de un lago, a la luz de la Luna, Catalina llegó primero pero se quedó en silencio, luego llegó Fernando, ambos se sentaron a un lado y otro de un árbol. Fue tal la tristeza de Catalina que no pudo evitar llorar amargamente por más que quiso contener sus preciadas lágrimas. Así sorprendió a Fernando, quien creía estar solo. Sin controlar la enorme curiosidad que le caracterizaba se paró a buscar a la dueña de la desdicha, y al ver aquél rostro su dolor se disolvió y se volvió amor hacia Catalina. Ella, avergonzada, escondió su bella cara e intentó correr para escapar, pero Fernando tomó presuroso su mano y preguntó su identidad. Entonces conversaron largo rato y compartieron su pesar, pero entre lágrimas y risas un amor entre ellos se empezó a desarrollar. Desde entonces se frecuentaron y su amor iba creciendo más y más. Todos en el pueblo sabían de su amor, pero ellos se sentían no correspondidos. 
Catalina daba lo mejor de sí, hacía los mejores bordados y tejidos, aprendía a cocinar algo nuevo cada día, cuidaba de mil plantas y animales, y hacía prosperar cuanto tenía. Muchos hombres se habían enamorado de Catalina, pero todos sabían que ella estaba enamorada de Fernando, el más reconocido guerrero del lugar. Eran la pareja perfecta.
Un día llegó una mujer extranjera en busca de hierbas medicinales, preguntó en una casa del pueblo y la mandaron con la bella Catalina, que tenía un huerto extenso, caminó mucho, basta toparse con la puerta de la famosa joven, y tocó. Catalina la atendió hacendosa, le ofreció una taza de té y un pedazo de pan, platicó con ella de sus experiencias y luego la llevó a ver las platas. Para mala suerte de Catalina, Fernando llegó a visitarla, y la mujer se enamoró de él. Al darse cuenta del amor que entre Catalina y Fernando fluía, decidió hacer algo y empezó a escoger las hierbas que necesitaría. 
-Muchas gracias, Catalina, volveré otro día a verte- dijo la joven.
Volvió al día siguiente con una canasta de comida y dos botes de té. Para esto calculó que fuera la misma hora que el día anterior. Tocó la puerta y esperó.
-Buenas tardes Catalina, vengo a traerte algo para agradecer, quiero compartir esto contigo y con tu amigo Fernando- dijo con una sonrisa fingida. Catalina, que era inocente, no se dio cuenta.  
-Pasa, Juana, qué bueno que vienes, ésta es tu casa- dijo la dulce Catalina.
Entonces Catalina fue a preparar la mesa. Al llegar Fernando, Juana se puso de pie, lo saludó cortésmente y volvió a su lugar. Comieron todos y Juana  se dispuso a servir el té.
-Querida Catalina, deme el honor ser yo quien sirva el té- se sirvió a ella y a Fernando, cambió de bote- he hecho uno especial para usted, y quiero que lo pruebe- sirvió a Catalina, el té "especial".
Terminaron de comer y Juana se fue. Catalina fue a dormir y al amanecer despertó siendo serpiente, y Juana siendo la mujer a quien Fernando amaba. Catalina estaba en el campo, temerosa, perdida. Dos meses después Fernando y la falsa Catalina se casaron. 

Catalina buscó durante ese tiempo el regreso a su hogar, desesperada, buscando al gran amor de su vida. Al lograrlo, se encontró con Fernando arando, se acercó tanto como pudo para contarle lo que había pasado, cosa que de pronto le pareció absurda, pues ahora era una serpiente. Fernando, el gran ex guerrero, que había dejado las batallas cuando se casó, asustado, le cortó la cabeza.